Se dice que Taru, Dios del Viento y del Clima, intentó derrotar al dragón con ayuda de truenos y relámpagos. También solicitó ayuda a la diosa Inaras y a su amante humano Hupasiyas.
Después de algunos intentos frustrados, Taru empapó al dragón con agua de lluvia para que se ahogara, pero el agua se evaporó rápidamente y formó una multitud de nubes.
Sin darse por vencido, el Dios del Clima intentó entonces quemar al dragón con rayos de sol, pero la enorme sombra del animal absorbió la luz del astro rey, neutralizando su efecto.
Furioso, el dragón comenzó a arrasar aldeas y a matar a sus habitantes a lo largo de la tierra... Dejó una gran descendencia de dragones en cráteres y volcanes.
Tiempo después, Illuyankas y sus dragones rodearon el palacio de la diosa Inaras, quien les dio la bienvenida sin resistirse. Los atendió hospitalariamente, con gran amabilidad, y los alimentó hasta que éstos cayeron dormidos e hinchados de tanto comer.
Entonces, la diosa aprovechó y llamó a los aldeanos, quienes se acercaron con sogas para amarrar a las bestias. Luego los abandonaron a la intemperie del sol y éstos murieron quemados.
CARACTERÍSTICAS DISTINTIVAS
El dragón turco difiere grandemente de su homólogo europeo. Lanza llamas por la cola y no vuela. Las fuentes turcas e islámicas los asocian con culebras gigantes.
También se cree que la sangre del dragón turco posee propiedades médicas. Puede ser empleada tanto como una panacea como una poción letal, dependiendo de su uso.
El dragón turco se aleja del aspecto propio del dragón ilustrado en los bestiarios europeos medievales y se acerca a los dragones típicos de la mitología asiática y americana.